ANGELICA ZETINA
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De cuando me corrieron de la escuela (por 3ª vez).

31/8/2013

2 Comentarios

 
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Es difícil definir exactamente qué es ser adulto. Cada quien tiene una perspectiva y opinión diferente pero todos podemos convenir que la edad adulta no incluye los mismos comportamientos de la secundaria. A mis 28 años, nunca me imaginé que regresaría a la secundaria, no al lugar donde conocí a mis Justers –hasta ahora, lo mejor que me ha pasado en la vida– sino a la secundaria de niñas católicas, aquel lugar que describí en una entrada anterior casi como una cárcel, donde «todo lo que digas será usado en tu contra».

Mi paso por el Monterey Institute of International Studies (MIIS, «pa’ los cuates»), una de las escuelas de traducción (afiliadas a la ONU) más prestigiosas del mundo, se describe con tres palabras: fugaz, inadecuado, carísimo (54 000 dólares por año).     Desde mi llegada, era claro que no debía estar ahí. Durante mis 12 meses en Monterey, nunca pude conseguir casa hasta 11 meses después; los primeros 6 meses la pasé viviendo en la sala de mi compañera de clase, algo que de verdad no me molestaba para nada, pero al parecer no era del estilo de la gente del MIIS; después viví en la sala de todo aquel que fue tan amable de prestarme un sillón. Por 11 meses di la explicación día tras día al «¡ay, pobrecita, qué horror que tengas que dormir en un sofá cama!», una frase peculiar si tomamos en cuenta el lugar en donde estaba. El MIIS es una escuela que se vanagloria de trabajar de cerca con las Naciones Unidas al ofrecer programas educativos que coadyuvarán a la colaboración internacional para la creación de políticas que erradicarán la pobreza, la hambruna y mejorarán la educación y los servicios públicos en los países en desarrollo, en un marco de respeto y apoyo. La misma gente que dice dar la vida por ayudar a una comunidad indígena en Chile o Nigeria es la misma que no entendía cómo alguien puede dormir en un sofá cama o porqué el internet de la cafetería era más lento que en África (entre otras cositas que escuché), casi lo mismo que una violación a los derechos humanos.

En las primeras clases noté que el ambiente por el que me di tantos topes en la cabeza mientras estaba en la Morelos era casi el mismo que en el salón B201; no era para menos. Éramos una clase compuesta en un 100 % por mujeres, muchas de las cuales estudiaron toda su vida en escuelas católicas para señoritas. No es que sea malo, pero es básicamente todo lo contrario a mi crianza. Después de mi vida en la Freinet, a mi gusto, el aire del MIIS olía muy raro; no crean que soy la única que piensa eso. Varias veces las maestras me llamaron a su oficina para mencionar que mi comportamiento era algo con lo que nunca antes habían lidiado y no sabían qué hacer conmigo. A pesar que esta plática la había escuchado muchas veces 16 años antes, puedo asegurarles que para nada me comportaba igual que en 1997. Hasta la fecha, sigo sin entender el descontento de mi presencia; tal vez podían oler que nunca hice la Primera Comunión…

No todo era tan malo; intenté observar lobos marinos, correr 5 km y hasta plantar papas y zanahorias, pero siempre hubo algo que no encajaba del todo. Cada día se me hacía peor y por más que intentaba, sólo lograba ver lo negativo. Un día de camino a clase (en la que por cierto habría un grupo visitante) se rompió mi zapato. El talón tenía un plástico que me cortó el tobillo y llegué a clase 5 minutos tarde, con un pie lleno de sangre. Muy al estilo de mi maestra de matemáticas de la secundaria, la maestra de interpretación «me evidenció» frente al grupo visitante, no tan sólo por llegar tarde sino además por no subir un glosario al foro en línea. Como respuesta al comentario e introducción a mi discurso dije, sin levantar la voz, que ya estaba hasta la madre de estar rodeada de una bola de huevones que sólo se quejan de banalidades en lugar de sacarle jugo al medio millón de pesos que la escuelita le está costando y después proseguí a hablar sobre la ONU, la OEA y un problema clave con las organizaciones internacionales; después, di paso a que otra compañera interpretara mi discurso, obviamente sin la introducción.

Para los me conocen desde siempre sabrán que por primera vez mi respuesta fue la más diplomática que he dado en mi vida; esta vez no rompí brazos ni escupí a nadie. Una compañera me dijo que uno nunca debe hacer enojar a una mujer embarazada; luego entendí por qué. Ocho meses después de mi llegada, con agruras e infelicidad, la decana del Departamento de Traducción pidió que fuera a su oficina; salí de una clase de interpretación, en la que uno siempre debe traer consigo una grabadora para poder revisar el desempeño después de la sesión. Después de llamarme mentirosa, provocadora y muchos otros adjetivos que no te esperas de alguien con quien te presentas por primera vez (encuentro del que todavía tengo la grabación), la cita concluyó con la frase: «Si no eres feliz y no quieres estar aquí, no queremos mantenerte aquí. No estamos seguros que tú seas lo que estamos buscando en nuestros graduados». Ni tampoco creo que ellos sepan. A pesar de tener calificaciones de A, A- y B+, sorprendentemente (aunque en ese punto, la verdad ya me lo esperaba) mis calificaciones finales fueron todas reprobatorias. No hace falta haber estudiado 5 años la licenciatura en Física y tomar clases de probabilidad y estadística a nivel superior para saber que el promedio de A, A-, A- y B+ no es C-.

Sin lágrimas, sin enojos y con mucho alivio, me fui de Monterey en agosto del 2013, una de las mejores sensaciones de mi vida y la razón por la que sigo teniendo vesícula. Gracias a mi expulsión, la cual por cierto me hicieron firmar como «baja voluntaria», me mudé a San Francisco, donde desde entonces cada día me va mejor que el anterior; incluso gané un viaje a Hawaii donde voy a ir exactamente un año después del día en que me «recomendaron buscar una institución que fuese más acorde a mis necesidades académicas», el 24 de agosto. Tal vez deba celebrarlo todo los años como el «Día de la liberación emocional de Geli».
2 Comentarios
dr. murdock
15/10/2014 07:01:56 pm

el adulto en si, es un niño enloquecido por las paranoias de el mundo que lo rodea.

y creo que el estar en un país como estados unidos ayuda pero también cobra facturas....

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Geli
20/5/2015 06:11:56 pm

Creo que en este caso no tiene mucho que ver el país sino el tipo de institución. Si el mismo tipo de sistema tan elitista y selectivo existe en cualquier otro lugar, siempre será un ambiente con mucho estrés.

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