Después de unos meses en EE.UU. que no fueron del todo bien, regresé a México. Cuando por fin pude terminar la prepa (uno de los mayores logros de mi vida), entré a la universidad. Muchos años creí que para lo único para lo que servía era para los números y la ciencia –sobre todo tras mi gran éxito en la Olimpiada de Física en la secundaria–, así que comencé la licenciatura en Física. La elección fue más bien de mi mamá porque debíamos ir a sacar la ficha y todavía no sabía exactamente qué iba a hacer con mi vida, así que pusimos varios papelitos en un sobre: Teatro, Física, Veterinaria, Arquitectura, Matemáticas e Ingeniería Naval. Física salió «premiado» y agregamos Matemáticas pa' no dejar, porque se podían elegir hasta dos licenciaturas dentro de la misma área. Cuando salieron en línea los resultados del examen de admisión, la elección de Física sobre Matemáticas fue más cabalística que cabildeada, pues estaba en 7º lugar en Física y 5º en Matemáticas; en muchas culturas, el siete es el número de la suerte. No diré que todo fue tan malo, pero tampoco diré que el trato en el área de ciencias es uno de los más amables del mundo. La mayoría de los profesores se toman su papel muy en serio, ya que la sociedad en general no reconoce su trabajo tanto como el de otras profesiones. Varias veces la gente me preguntaba: ¿te gustan mucho los deportes?; nada que ver con la educación física. Entre más especializados, más ignorada y desconocida es la profesión; quisiera saber qué le preguntan a mis ex-maestros después de presentarse como doctor en materiales o inteligencia artificial. Así, cada inicio de clases incluía una presentación personal sobre los trabajos eminentes y la importante presencia en el ambiente científico en México y el extranjero que cada uno tiene, más como para auto-reconocer el esfuerzo que para motivar a otros a seguir sus pasos.
Pueden decir misa, pero definitivamente no era de las peores estudiantes. Siempre tuve uno de los mejores promedios e hice presentaciones tres años seguidos en los congresos nacionales. Aún así, con todo y que se me caía el pelo por el estrés y tenía agruras todo el tiempo, la leyenda siempre fue que «no me esforzaba lo suficiente» y que «mejor me dedicara a otras cosas». Este tipo de comentarios tan amables no sólo venían de los maestros sino también de los alumnos que desde entonces también comenzaban a tomarse su auto-consagración muy en serio. Finalmente, uno de los tantos maestros que son excelentes investigadores pero que no tan sólo no les gusta enseñar, sino que tienen prácticas ultra-antipedagógicas (como poner sellos con abejitas en los exámenes y bajar puntos por usar lapicero negro en lugar de azul) fue quien evitó que siguiera avanzando con mi carrera, a pesar de estar a un semestre de titularme, con la tesis a punto de terminar. Entonces, mi clase de Electromagnetismo nunca se trató de no entender la materia, sino de mi falta de inteligencia social para entender exactamente cómo quería la maestra ver el examen. Aún con todas las respuestas correctas, mi mayor puntaje fue 4.2/10 por «no hacer tu dibujo lo suficientemente grande, compañerita». En aquel entonces, mi mamá daba clases de lectura y redacción en la facultad de Agronomía. No recuerdo qué día era, lo cual es muy extraño si tomamos en cuenta que me acuerdo hasta de lo que no existe, pero de lo que sí me acuerdo es que perdí una chamarra café muy bonita el día de mi examen de última oportunidad. Desde que vi el examen supe que ni siquiera la maestra sería capaz de pasarlo con el mínimo, porque no tenía tiempo suficiente para terminarlo, aún con mi velocidad de escritura. En su lugar, escribí una nota en el examen: «Querida Norma: Durante los 5 años que estuve en esta facultad, tuve la oportunidad de viajar y conocer muchos lugares de México y aprender muchas cosas sobre la ciencia. Sin embargo, es obvio que mi lugar no es aquí. Muchísimas gracias por liberarme. Angélica» Después de entregar el examen, pasé al salón a visitar a mi madre que, después de ver mi cara, me presentó a sus alumnos como «mi hija la física, que ahora se va a dedicar a otras cosas porque es muy lista». Salí del salón y caminé hacia la mini glorieta del Circuito Presidentes; fue ahí cuando me di cuenta que había perdido la chamarra porque hacía un poco de frío. Lloré 3 lágrimas, así, contadas. Después, hablé en voz alta (cosa que normalmente no hago) y dije: «¿Por qué lloro? Si la verdad tiene años que no quiero estar aquí». Ese fue todo mi lamento de una carrera que estuvo llena de todas las cosas que nunca debí hacer. Nunca supe qué pensó la maestra de mi nota, pero ya no se me cae el pelo, ni tengo agruras ni sufro por el estrés; honestamente puedo decir que desde entonces soy más feliz. Hoy, casi 5 años después, todavía puedo escribir las ecuaciones de Maxwell en forma integral y diferencial.
5 Comentarios
Cristina Fuentes
4/1/2014 09:09:29 am
Así me siento yo. Hace años que no quiero estar aquí. Y no por la ciencia, de la que me considero gran fan. Más bien por la sociedad científica que es apática, que no se percibe que resuelva o se involucre en el desarrollo del país ( como en la nula participación en la reforma energética), en ese afán de tener rituales pedregosos para pertenecer a ella, con este glamour que te venden. Para mi dejar este camino también tiene un poco el pensar «ya llegué hasta aquí» pero a la larga voy a mirar atrás y voy a pensar «me hicieron un favor».
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Gelichu
10/1/2014 04:23:26 pm
Pues así pasa, Crispy. Yo, desde 2009 que no tengo agruras y la verdad es que si bien me gusta mucho la ciencia, me va mejor en otras cosas; no por eso he dejado de leer artículos científicos ni de estar informada, pero como dicen por ahí: «mejor de lejitos».
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Sergio Jimarez
10/1/2014 03:33:46 pm
Cuando yo entré en ese lugar iba con la esperanza de ser científico, yo me había decido en último momento por física antes de filosofía, siempre he pensado que en cualquiera de las dos mi cabeza hubiera volado, como al final, así fue. Dentro de todo lo bueno o la malo que pude encontrar ahí, hay cosas trascendentes, Geli es una de ellas, Mileva, Norma (sí, Geli, para mí sí) la sex shop, las hamburguesas de Victoria, Jaber, mi separación y mi plan de suicidio; mi graciosa huida y la oportunidad al primer contacto con la energía solar (eso es más utilitario y práctico que cualquier otra cosa pero no deja de ser importante) ¿Sabes qué recuerdo mucho? Los escritos de las paredes de tu cuarto.
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Geli
10/1/2014 04:27:16 pm
Muchas gracias, Sergio.
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dr. murdock
15/10/2014 05:46:07 pm
ciencia y filosofía.....es curioso como siempre al pensar en matemáticas se tiene que filosofar de la vida....y todo llega al punto de que no importa lo que hagas sino como lo disfrutas al hacerlo...eso cuenta mas que cualquier premio o reconocimiento.
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#GelichuCuando Angélica va de camino por un té y no tiene nada con qué escribir o está a punto de quedarse dormida, se le ocurren las mejores ideas. Más sobre ella. Notas anteriores
Abril 2018
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