![]() Mi mamá no cocina, no porque no sepa, sino porque no le gusta (aunque tenga postdoctorado en hacer tortillas a mano). Así aprendí que en esta vida hay que saber hacer de todo y hacerlo bien, pero sólo hacer lo que nos gusta. Mi mamá nunca me inculcó una religión, pero me llevó a varias iglesias, templos y lugares de oración para que yo tuviera conocimientos de las costumbres de cada religión y pudiera hacer una decisión informada. Así aprendí la importancia de la educación, la información y la tolerancia.
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![]() Los que me conocen desde hace más de 20 años, seguro que alguna vez han visto mi gigantesca casa de muñecas que fue la sensación de todas mis fiestas de cumpleaños, cuando estaba en la primaria. La casa de cedro, de unos 50 kgs y 1.20m de alto, es una réplica de la casa que era de mis abuelos, que ahora es de mi mamá. En la madrugada de un Día de Reyes en 1991 esa casa de muñecas llegó a la casa de mi abuelita, junto con unos Cabbage Patch (Sandy y Miguelito). Todo mundo se dio cuenta. La casa era tan pesada y la puerta de entrada, que en aquel entonces era una puertita amarilla y ahora es un portón azul, eran tan chiquita que fue imposible meterla discretamente. No estaba tan joven cuando se murió mi abuelita, pero me acuerdo de pocas cosas sobre ella; de lo que sí me acuerdo mucho es de sus manos. Mi abuelita tenía las manos muy grandes. Cuando era joven, tocaba la guitarra de siete cuerdas y hacía zapatos. Todavía están por ahí los moldes que usaba.
![]() Mi primer día de clases en la Celestín Freinet es algo que siempre voy a recordar. No porque fue una escuela en la que quise estar desde que tenía 4 años. No porque estaba feliz de ya no estar en una escuela católica. Sino porque, el miércoles 11 de marzo de 1998, ha sido uno de los días más incómodos de mi vida. A las 7:30 de la mañana entré a un salón de ladrillo con cuatro mesas. Todas las mesas estaban llenas excepto la que estaba frente al pizarrón, que tenía un asiento vacío. Me acerqué a la mesa porque iba a comenzar la clase de matemáticas y necesitaba un lugar. La conversión, exactamente como sucedió, fue así: Después de unos meses en EE.UU. que no fueron del todo bien, regresé a México. Cuando por fin pude terminar la prepa (uno de los mayores logros de mi vida), entré a la universidad. Muchos años creí que para lo único para lo que servía era para los números y la ciencia –sobre todo tras mi gran éxito en la Olimpiada de Física en la secundaria–, así que comencé la licenciatura en Física. La elección fue más bien de mi mamá porque debíamos ir a sacar la ficha y todavía no sabía exactamente qué iba a hacer con mi vida, así que pusimos varios papelitos en un sobre: Teatro, Física, Veterinaria, Arquitectura, Matemáticas e Ingeniería Naval. Física salió «premiado» y agregamos Matemáticas pa' no dejar, porque se podían elegir hasta dos licenciaturas dentro de la misma área. Cuando salieron en línea los resultados del examen de admisión, la elección de Física sobre Matemáticas fue más cabalística que cabildeada, pues estaba en 7º lugar en Física y 5º en Matemáticas; en muchas culturas, el siete es el número de la suerte.
Como mexicana fuera de México, muchas veces me preguntan si tengo una familia gigantesca de 300 personas, donde vivimos todos juntos y si comemos en una mesa gigante, mientras rompemos piñatas. Aunque las familias mexicanas por lo regular son más grandes que las familias en países que no sean latinoamericanos, para mí, mi familia está compuesta de mi mamá, mi hermana y el respectivo perro y gato (que ha cambiado algunas veces, pero hasta la fecha todavía me preguntan por el Rufo, ¡cómo no!). Creo que muchas familias mexicanas son mucho más allegadas al lado materno de la familia, incluyendo la mía, tal vez por la gran cantidad de madres solteras que hay en el país. Durante mi niñez conviví más con los familiares de mi mamá, pero con el tiempo esta convivencia se hizo cada vez menor (entre la diferencia de edades, intereses y estilos de vida). Sin embargo, de las cosas que recuerdo con mi «otra» familia son las visitas a los únicos familiares del lado de mi papá con las que verdaderamente hay amor (que no incluye a mi papá, por cierto).
Nunca he estado en la cárcel, más que aquella vez que dormí en una celda en Cosamaloapan y me llené de pulgas, pero alguna vez estuve inscrita por un año y medio en algo parecido.
![]() Toda la vida he dicho que nunca he hecho nada ilegal y en general nunca apoyo ni celebro a quien quiera hacerlo. Esta fue la única vez que casi lo hago. Justo después de que a mi novio de aquel entonces, el buen Sergio, y a mí nos corrieran de la Facultad de Física, hospedamos mucha gente a través de Couchsurfing (una comunidad en línea de viajeros internacionales). Conocimos a muchas personas que nos platicaban de sus países de origen; la mayoría de nuestros visitantes tenían un estilo más bien «alternativo», interesados en las granjas orgánicas, la vida sin responsabilidades y la exploración de la naturaleza (o sea, bien hippies). |
#GelichuCuando Angélica va de camino por un té y no tiene nada con qué escribir o está a punto de quedarse dormida, se le ocurren las mejores ideas. Más sobre ella. Notas anteriores
September 2020
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