ANGELICA ZETINA
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Zelda, vida y obra.

18/7/2016

4 Comments

 
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In Memoriam
En una basurero en la esquina de la Berenjena encontramos un animal negro con la cabeza muy grande, una pata rota y la piel podrida, por tanta sarna. Comenzó a seguirnos. Nos dimos cuenta que era un perrito. Su primer nombre fue Mijo, porque Vianey estaba convencida que era macho. En la tiendita a la vuelta le compramos alimento y leche que se comió con gusto y vomitó con sangre; era la primera vez que comía algo que no fuera basura. Le quedaban pocas horas de vida.
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Después de 11,000 pesos y su primer visita al veterinario, se llamaba Zelda Caperuza. Era hembra y tenía un retenedor de metal en la pata derecha para ajustar sus huesos. También tenía un tratamiento de alimento de alta proteína e inyecciones subcutáneas contra la sarna, para detener la putrefacción de su piel.

Cuando la encontramos, cabía en una caja de zapatos. No podía salir a la calle porque todavía no podían vacunarla; estaba demasiado débil. Todos los días había que limpiar caca con sangre y orines de perro. Unos días después le empezó a salir pelo. Caminaba como pato e intentaba subirse a todos lados, pero se atoraba con el metal en su pierna.

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Debía tener el retenedor dos meses pero, después de cinco semanas, había crecido tanto y se había recuperado tan rápido que le apretaba la pierna y le estaba lastimando. En su segunda visita al veterinario, el doctor Oscar nos preguntó si el otro perrito se había muerto. Le dijimos que era el mismo. Nos dijo que el primer perro que le habíamos llevado era negro; esta era rubia.

Ya podía salir a la calle y el Rufo la enseñó a ir al baño sólo en el pasto. Zelda siguió creciendo y creció más que el otro perro. Seguía caminando como pato, porque ya se había acostumbrado a caminar con una pierna hacia afuera. El pecho le llegaba a la altura del sillón y lloraba porque no podía subirse. Lo había intentado varias veces pero su pata metálica de pato no la dejaba. No era la más inteligente. Creo que nunca se enteró de qué tamaño era.

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La razón principal por la que quería subirse al sillón era porque ahí siempre se dormía el gato. Un día le tomé las patas de enfrente y la subí al sillón, para que se diera cuenta de su tamaño y que sí se podía subir.
​No lo hubiera hecho.
Nunca la pudimos volver a bajar.

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Después de que el Rufo murió trágicamente, Zelda asumió el papel de alfa y comenzó a volverse un poco agresiva, en especial con el pomerania de la vecina (al que alguna vez casi le arranca la cola) y otros perros chiquitos, de esos blancos con rizos que son muy feos y que a nadie –excepto los dueños– le molestaba tanto que los quisiera atacar, porque en serio son feos.

A Zelda le gustaba cazar cosas chiquitas; muy pocas veces tuvimos problemas con cucarachas porque las encontraba (y aplastaba) muy rápido. Alguna vez mató a un ratón de campo y lloró junto a él porque no entendía por qué no se movía después de haberlo aplastado. También le gustaba perseguir gatos, excepto a Calígula, a la que tal vez nunca reconoció como gato, sino más bien como a un Rufo chiquito que se subía al sillón y otros lugares altos.

Un día, mientras perseguía un gato, se metió abajo de una camioneta y se atoró con la placa. Se despegó la piel del músculo y tuvieron que hacerle un lavado de tejido. Tuvo unas mangueras metidas en la piel por un mes, para poder drenar el líquido restante. ​Con todo y mangueras, siguió persiguiendo gatos.


Muchas veces la vimos cojeando pero no le encontramos ninguna herida. Años después, me di cuenta que se había fracturado los dedos y le habían sanado chuecos. Cada vez que veía a alguien llegar brincaba muy alto y su peso fue suficiente para romperse un hueso.

Uno de los clásicos y tradicionales misterios de #Zeldaperrito que nunca entendí, eso de comerse la pata.

A video posted by Angélica Zetina González (@gelizetina) on Jul 18, 2016 at 5:12am PDT

Zelda no era muy inteligente. No era como esos perros que saben abrir puertas o destapar botes para comerse lo que hay adentro. De hecho cuando la bañábamos, observaba la cortina de plástico y, a pesar de que se salían las patas por abajo cuando se resbalaba, sufría por no poder escaparse, como si la cortina fuera una pared de concreto. ​Alguna vez me encontré a su gemelo perdido en un súper en San Cristobal. También en el metro de San Francisco.
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Además de los brinquitos, Zelda hacía muchas cosas raras y chistosas, como aullar junto con otras personas (no junto con otros perros –cuando pasa el tren, por ejemplo, como los perros normales–) y masticarse una pata.
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Zelda pasó mucho tiempo sola, porque mi mamá trabajaba y yo ya no vivía en Xalapa. Cada vez que había visitas, le gustaba sentarse cerca a escuchar el chisme. Ya nadie le decía Zelda, todos la conocían como La güera. Este año iba a cumplir 10 años, así que ya era un poco viejita. Como todos los viejitos, se quedaba dormida a medio chisme y se cabeceaba, pero no se iba a dormir. Mi abuelita hacía lo mismo y muchas veces le pregunté: ¿Por qué no te acuestas?. «Porque no tengo sueño», me respondía.

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Hoy se ha vuelto a reunir con el Rufo. No se habían visto en casi ocho años. Seguramente le seguirá jalando las orejas y le caminará por encima porque, aún en su nueva vida, todavía no se da cuenta de que ya no es de aquel tamaño cuando la encontramos en la calle, que de casi diez años con nosotros, 9 y medio no cupo en cualquier caja donde se metiera el gato, a pesar de que lo intentó mucho.
Zelda está en el cielo.

¿Qué cómo sé que está en el cielo y, más específicamente, en el cielo católico?
Porque el último día que la vi, en marzo, la llevé a comulgar. Así que hoy, y como siempre lo estuvo, está libre de pecado.

#ZeldaPerrito, comulgando. #PerrosCatólicos □

A video posted by Angélica Zetina González (@gelizetina) on Mar 6, 2016 at 8:26pm PST

4 Comments
Manuel García Perdomo link
18/7/2016 07:03:47 pm

Xalapa, Ver., 18 julio 2016. Con estos recuerdos aun más difícil es olvidarla y claro que no ocurrirá, porque en mí vivirá por siempre, aunque hayamos tenido poco contacto, sus saltos, su paciencia para bañarla, ¡¡Ahi te alcanzo Rufo y Guera!! no tardo mucho

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Geli
19/7/2016 06:44:05 pm

Yo tampoco me olvido :( y pues, a final, todo vamos para el mismo lado, así que luego le seguimos la fiesta allá arriba.

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Mariela
20/7/2016 05:13:34 am

Conmovedor, aún recuerdo cuando la sacamos a pasear y estaba tan emocionada que paso en medio de mis piernas corriendo y azoté como res ja,ja ja.
Estoy segura que está corriendo en el reino de los perros.

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Chiquiss
28/7/2016 05:32:04 am

Pues yo también la recordaré así como también mis hijos que convivieron con ella cuando fuimos vecinos de la tía querida Chofi, la misma noche que nos enteramos de su partida mi niño Gael me pregunto... Mamá porqué se murió la güera yo la quería mucho me gustaba que me persiguiera en la casa de la tía Chofi y mas cuando Chofi me regalaba galletas o lo que viera que llevaba en la mano me seguía para que le diera lo que estaba comiendo, le gustaba jugar conmigo que le agarrara sus orejas dobladas y su cabeza... porque se murió mamá dime...

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